Noviembre 2014
“Mi padre esencialmente siempre fue más juez que abogado”
Visitamos el estudio Zang, Bergel & Viñes Abogados para recordar al Dr. Juan Carlos Quintana Terán, quien fue miembro del Centro Empresarial de Mediación y Arbitraje. Conversamos con su hijo, el Dr. Juan Manuel Quintana y se unieron a la charla los Dres. Daniel Vergara del Carril y Salvador Darío Bergel.
Medyar: Su padre fue miembro de la comisión directiva del Centro Empresarial, ¿cómo era su relación con el Centro?
J.M.Q.: Mi padre fue muchos años juez y cuando era presidente de la Cámara Comercial decidió dejar la carrera judicial y vino a trabajar a este estudio, aproximadamente en el año ’90. La verdad es que si bien a él le gustó mucho ejercer la profesión libremente, esencialmente siempre fue más juez que abogado. El Centro era una institución donde él se sentía muy cómodo. Primero porque había mucha gente de su generación y amigos de él y segundo porque era el ámbito que, de alguna manera y sin volver a ser juez, lo retrotraía a un lugar donde se sentía cómodo. Le gustaba integrar el Centro tanto como miembro en lo que hace a las cuestiones de la organización de la institución, pero también cuando le tocaba ser árbitro, que era como volver a sus orígenes. Con lo cual me animaría a decir que probablemente fue una de las instituciones donde él realmente se sentía a gusto.
Medyar: Si tuviera que describir a su padre, ¿qué diría de él?
J.M.Q.: Te voy a hablar con la parcialidad que puede tener un hijo. Mi padre tenía una linda personalidad. Era una persona que daba la impresión de ser seria en su carácter, pero en verdad poseía mucho sentido del humor. También tenía mucha templanza, que creo es una característica que debe tener todo juez. Era una persona muy respetuosa, quizás un poco chapado a la antigua y muy tradicional, pero a la vez muy amiguero. Tenía muchos amigos de distintos ámbitos. De hecho, la gente suele tener muy buenos recuerdos de él. Algo característico, es que hacía un culto del almuerzo. A mí me sigue pasando al día de hoy que voy a muchos restaurantes de la Ciudad de Buenos Aires y me dicen “Vos sos el hijo de Juan Carlos, ¿cómo estás?”. Él era una persona que unía mucho a la gente y los almuerzos eran el momento en que se juntaba con amigos, con colegas, jueces y abogados.
La verdad es que era un buen tipo y creo que también fue un muy buen juez y abogado; no solamente un tipo simpático. Era centrado, racional, pensante y también escribía muy bien. Vos veías lo que escribía y realmente te daba gusto leerlo. En fin, es una mirada un poco parcial…
D.V.C.: Yo puedo agregar algo que no es parcial. Realmente estas virtudes que nombra Juan Manuel no son comunes en nuestra profesión, donde siempre está la exigencia, la presión por dar una respuesta rápida a un problema intrincado. Las veces que uno iba a pedirle un consejo a Juan Carlos, iba siempre con la premura y la obsesión de resolver el tema y lo primero que él hacía era brindarte una calma, una bonanza. Empezaba generalmente con una alusión humorística a alguna circunstancia del momento y al final, luego de la distensión, terminaba dándote el consejo y vos te ibas mucho más tranquilo.
Lo mismo ocurría en este culto del almuerzo que era en definitiva un culto de la amistad y una forma de hablar más distendidamente de cosas importantes y trascendentes. Y era así con los que eran amigos de él e incluso también aquí en el estudio con el personal. Recuerdo que yo cuando ingresé vine con Marta, la secretaria que tenía en el estudio anterior. Ella era fanática de Juan Carlos. Los días viernes cuando se iba le decía “Marta, tengo que darte una muy buena noticia: este fin de semana no vas a tener que trabajar” (risas). En fin, era una persona con un gran sentido del humor y a su vez un caballero.
Por otra parte, fue también un juez muy apreciado. En definitiva, Juan Carlos tenía cualidades poco comunes en nuestra profesión que tenían que ver con esta templanza y sentido del humor.
Medyar: Probablemente fueron estas cualidades las que hicieron de él un muy buen árbitro también…
J.M.Q.: Así es, por eso creo que el Centro Empresarial de Mediación y Arbitraje era una de las instituciones donde él –cuando ya no era juez- se sentía a gusto. Creo que mi padre esencialmente siempre estuvo más preparado para ser juez más que abogado, por esa templanza y también porque se resistía a esa necesidad de “sacar las cosas rápido y de manera urgente”.
Medyar: Usted es árbitro. ¿Qué lo motivó a serlo?
J.M.Q.: Sí, el que ocupaba este lugar en el estudio era mi padre y, casi por seguir los pasos, empecé a concurrir al Centro de arbitraje. En mi primera experiencia como árbitro me convocó Emilio Vogelius, quien tenía una gran relación de amistad con mi padre. Cuando fui y me encontré con Emilio, no lo veía hace 15 años y me pasó lo que me ocurrió con mucha gente: me encontré muy a gusto y muy bienvenido. Me ha pasado mucho eso, la gente por carácter transitivo, me trasladan la confianza y el cariño que tenían hacia mi padre.
Medyar: ¿Cómo ven el futuro del arbitraje en la Argentina?
J.M.Q.: Creo que el arbitraje en la Argentina ha ido encontrando su lugar, pero sin embargo todavía no tiene en los operadores del derecho, un lugar mayor que creo debería tener. Probablemente, haya que darle más promoción porque sobre todo para cierto tipo de temas, como pueden ser conflictos comerciales y de empresa, es una herramienta que en muchos aspectos es más aconsejable –sin desmerecerla- que la justicia ordinaria.
D.V.C.: El arbitraje acá ha tenido todo un historial de instalación en códigos procesales o en ciertas leyes comerciales del campo societario. Quizás los desafíos pasan por las dificultades de constituir el tribunal arbitral y la limitación de la decisión de ese tribunal, en tanto no posee el imperium de un juez. No obstante, creo que lo que sí ha mejorado la posibilidad de un arbitraje más organizado y reglamentado es la creación de entidades como el Centro Empresarial y también de algunos tribunales permanentes como el de la Bolsa de Buenos Aires. Lo importante es afianzar el arbitraje local, ya que el internacional tiene otros costos y es para grandes asuntos.
(Salvador Darío Bergel ingresa a la sala)
J.M.Q: Salvador, nos estábamos acordando de mi viejo! Pasá, unite a la charla. Contá, ¿qué recordás de él?
S.D.B.: Juan Carlos era un tipo notable. Se vio en sus sentencias en la Cámara y también en el ejercicio de la profesión. Tenía aparte una redacción jurídica excepcional.
D.V.C.: Solía además escribir y era muy puntilloso con ciertas cosas. Algo que siempre me llamó la atención es que no escribía con biromes como la mayoría, sino que solía escribir con lápices.
S.D.B.: Con lápices, sí. Yo tenía con él una relación de amistad muy grande. De hecho, él llegó al estudio por mí. Algo notable es cómo se comportó sobre el final de su vida. Lamentablemente, tuvo un proceso de salud que se desarrolló durante un tiempo largo y que soportó con gran estoicismo. Tenía esa prudencia de no querer transmitir su dolor. Hasta el final de su vida, cuando tenía un gran dolor físico, no lo demostraba. Realmente esto era una nota destacada de su personalidad: su delicadeza era tal que hasta en sus últimos días no quiso comprometer a nadie con su dolor. Tengo de él un recuerdo imborrable.
Y cuento una cosa más. Yo no pertenezco a la religión católica y cuando falleció él, yo le dije a todos los socios que dejaran la cruz, ya que fue algo que lo acompañó siempre y a pesar de ser un símbolo católico, creo que tiene un significado universal.
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